viernes, 11 de noviembre de 2016

AZATHOTH (CUENTO)-H.P. LOVECRAFT





Azathoth (Azathoth) es un relato fantástico del escritor norteamericano H.P. Lovecraft (1890-1937), escrito en junio de 1922 y publicado póstumamente en 1938.
El nombre de Azathoth, una de las criaturas más conocidas tanto del Ciclo Onírico como de los Mitos de Cthulhu, hace aquí su primera y más espectacular aparición.
Para muchos, Azathoth es la primera página tentativa de una novela que H.P. Lovecraft no se atrevió a escribir.
Algunos podrán argumentar que H.P. Lovecraft sí escribió una novelaEl caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward) —y acaso también En las montañas de la locura (At The Mountains of Madness)—, aunque podríamos discutir esa clasificación con argumentos irrefutables. La verdadera novela inédita de H.P. Lovecraft se encuentra en los párrafos embrionarios de Azathoth.

Según el testimonio del propio H.P. Lovecraft, vertido en su copioso epistolario, la intención original de Azathoth era operar como prefacio de una novela de terror al estilo de las viejas novelas góticas de corte oriental, acaso homenajeando al clásico de William BeckfordVathek (Vathek), donde Azathoth sería una especie de sultán-demonio desterrado de los círculos del mundo físico.
Lo cierto es que aquella novela gótica jamás pasó de la primera página, que tras la muerte de H.P. Lovecraft se publicaría con el nombre de Azathoth.
Azathoth es, subjetivamente, uno de los mejores cuentos de H.P. Lovecraft. El protagonista, cuyo nombre jamás se menciona, vive en una pequeña y opresiva habitación cuya única ventana se abre hacia otras muchas aberturas que se aprietan unas a otras. Para mirar el cielo debe alzar la vista casi verticalmente. Noche tras noche, obnubilado por las estrellas, aquel hombre oprimido por la ciudad y su arquitectura recibe una visita insospechada que lo liberará de las ataduras asfixiantes de su entorno.

La historia de Azathoth como personaje de los Mitos de Cthulhu parte de una simple nota fechada en 1919. Allí H.P. Lovecraft escribió:




AZATHOT: odioso nombre. (AZATHOTH: hideous name)


El origen del nombre Azathoth proviene quizás de la combinación de los nombres bíblicos AnathothAzazel, demonio que también es mencionado en el cuentoEl horror de Dunwich (The Dunwich Horror).

Otras fuentes posibles podrían ser, en principio, el término alquímico Azoth, título de un notable libro de Arthur Edward Waite, autor que serviría de inspiración para el hechicero Ephraim Waite en el relatoEl ser en el umbral (The Thing on the Doorstep); y, en segundo lugar, algunas criaturas mencionadas por Lord Dunsany en Los dioses de Pegana (The Gods of Pegana).

Azathoth es conocido como: "el primer motor del caos", "la antítesis de la creación", "el necio sultán de los demonios"; "el que roe, gime y babea en el centro del vacío final". Se lo describe como una masa amorfa, colosal y caótica. El universo entero forma parte de su esencia, lo cual no ha evitado que una terrible maldición lo haya dejado ciego e idiota, según H.P. Lovecraft, "lobotomizado". Azathoth se mueve como una nube que flota incesantemente al ritmo de tambores y flautas blasfemas. Yog-Sothoth es uno de los pocos dioses con los que mantiene un trato cordial.

H.P. Lovecraft menciona a Azathoth en numerosos relatos, entre ellos: El que susurra en la oscuridad (The Whisperer in Darkness)Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch House) y El morador de las tinieblas (The Haunter of the Dark).

Otros autores pertenecientes al Círculo Lovecraft también se ocuparon de Azathoth, por ejemplo, en Hidra (Hydra, Henry Kuttner)El que acecha en el umbral (The Lurker at the Threshold, August Derleth)Los insectos de Shaggai (The Insects from Shaggai, Ramsey Campbell)El hocico en la alcoba (The Snout in the AlcoveGary Myers), La secta del idiota (The Sect of the IdiotThomas Ligotti), Azathoth (AzathothEdward Pickman Derby), Azathoth en Arkham (Azathoth in ArkhamPeter Cannon), La venganza de Azathoth (The Revenge of AzathothPeter Cannon), El pozo de los Shoggoths (The Pit of the ShoggothsStephen M. Rainey), La locura fuera del tiempo (The Madness Out of TimeLin Carter), El trono de Achamoth (The Throne of AchamothRichard L. Tierney y Robert M. Price), La última noche de la Tierra (The Last Night of EarthGary Myers), El sultán demonio (The Daemon-SultanDonald R. Burleson), El espacio de la locura (The Space of MadnessStephen Studach), La torre sin nombre (The Nameless TowerJohn Glasby), por citar solo algunos.




Azathoth.

Azathoth, H.P. Lovecraft (1890-1937)




Cuando la vejez se derramó sobre el mundo, y la maravilla abandonó las mentes de los hombres; cuando ciudades grises elevaron altas torres, sombrías y lúgubres, bajo cuyos mantos nadie puede soñar con el sol, o los campos florecientes de la primavera; cuando el conocimiento despojó a la tierra de su alfombra de belleza, y los poetas no cantaron sino fantasmas distorsionados, vistos con ojos legañosos; cuando estas cosas hubieron pasado, y los anhelos infantiles se esfumaron para siempre, hubo un hombre que empleó su vida en la búsqueda de los espacios hacia los que habían huido los sueños del mundo.
Poco hay registrado sobre el nombre y procedencia de este hombre, ya que eso correspondía exclusivamente al Mundo Despierto, aunque se cree que ambos eran oscuros. Baste saber que vivía en una ciudad de altos muros, donde reinaba un estéril crepúsculo; y que se debatía diariamente entre sombras y alborotos, volviendo al hogar durante el atardecer, a una habitación cuya ventana no se abría sobre hierbas y árboles, sino a un brumoso patio, sobre el que muchas otras ventanas se abrían en penosa desesperación.
Desde aquella ventana sólo se divisaban muros y ventanas, salvo que uno se inclinara para atisbar hacia las alturas, hacia las tímidas estrellas que allí habitaban. Y ya que tanto los desnudos muros como las ventanas conducen pronto a la locura (al hombre que lee y sueña demasiado), el inquilino de esta habitación solía asomarse noche tras noche, observando las alturas para vislumbrar alguna diminuta parte de las cosas que estaban más allá del Mundo Despierto.
Con el correr de los años, fue conociendo a los astros de curso lento por su nombre, y a seguirlos con la fantasía cuando, con pesar, se deslizaban fuera de su vista; hasta que al fin, sus ojos se abrieron a esa infinidad de secretos paisajes, cuya existencia, la mirada vulgar jamás repara.
Cierta noche, los cielos cubiertos de sueños se abalanzaron hacia la ventana del Solitario observador, para fundirse con la atmósfera viciada de su alcoba, y hacerle partícipe de sus ominosas maravillas.
Sobre la habitación arribaron ignotas corrientes de crepúsculos violetas, resplandeciendo con nubes de oro; huracanes de oro y fuego arremolinándose desde los más profundos espacios, inundados con perfumes de Más Allá de los universos. Mares opiáceos se derramaron allí, alumbrados por soles que los ojos jamás han contemplado, cobijando entre sus revoluciones extraños peces y ninfas marinas de olvidados abismos.
La silenciosa eternidad giraba en torno al soñador, arrebatándolo sin tocar siquiera el cuerpo que se asomaba con rigidez a la solitaria ventana; y durante días no registrados por los calendarios del hombre, las mareas de las lejanas esferas lo transportaron a reunirse con los Sueños por los que tanto había suspirado, los Sueños que el hombre había perdido. Y en el transcurso de multitud de ciclos, tiernamente, lo depositaron durmiendo sobre una verde playa al amanecer; una ribera verde, exuberante, exhalando dulces fragancias por los capullos de lotos y sembrado de rojos camalotes...


H.P. Lovecraft (1890-1937)


            





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AZATHOTH (POEMA)-H.P. LOVECRAFT







Azathoth (Azathoth) es un poema del escritor norteamericano Howard Phillip Lovecraft, publicado en la antología poética Hongos de Yuggoth(Fungi from Yuggoth).

Debajo del poema dejamos algunas observaciones sobre esta extraña criatura mítica de Lovecraft.




Azathoth.
POEMA 

Azathoth, H.P. Lovecraft (1890-1937)




El demonio me arrastró por el vacío sin sentido.
Más allá de los brillantes enjambres del espacio dimensional,
Hasta que no se extendió ante mí ni tiempo ni materia
Sino sólo el Caos, sin forma ni lugar.
Allí el inmenso Señor de Todo murmuraba en la oscuridad
Cosas que había soñado pero que no podía entender,
Mientras a su lado murciélagos informes se agitaban y revoloteaban
En vórtices idiotas atravesados por haces de luz.
Bailaban locamente al tenue compás gimiente
De una flauta cascada que sostenía una zarpa monstruosa,
De donde brotaban las ondas sin objeto que al mezclarse al azar
Dictan a cada frágil cosmos su ley eterna.
-Yo soy Su mensajero-, dijo el demonio,
Mientras golpeaba con desprecio la cabeza de su Amo.




Howard Phillip Lovecraft (1890-1937)


Azathoth:


Azathoth es una criatura creada por Lovecraft. Sus epítetos son: Caos Nuclear (Nuclear Chaos), Sultán Demonio (Daemon Sultan), y Ciego Dios Idiota (Blind Idiot God). Se dice que su nombre es la fusión de Anathoth, la ciudad natal del bíblico Jeremías, y Azazel, un demonio que ya hemos mencionado. Algunos elucubran la posibilidad de que el término alquímico Azoth también haya influenciado a Lovecraft en la creación de este engendro.

Para describir a Azathoth nos valemos de su creador, Lovecraft; que lo mencionó por primera vez en The dream quest:

-Fuera del universo ordenado es donde habita la plaga amorfa de la confusión, burbujeando en el centro de lo infinito. El desatado Sultán Demonio, Azathoth, cuyo nombre los labios no se atreven a mencionar, roe ávidamente en cámaras inconcebibles, oscuras más allá del tiempo y el espacio entre el enfurecido latido de viles tambores, y el monótono llanto de flautas malditas.
Azathoth aparece en los siguientes relatos de H.P. Lovecraft:

  • Azathoth.
  • The dream quest.
  • The whisperer in darkness.
  • The dreams in the witch house.
  • The thing in the doorstep.
  • The haunter of the dark.






LA DECLARACIÓN DE RANDOLPH CARTER-H.P. LOVECRAFT










La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter) es otro de los grandes relatos de terror de H.P. Lovecraft; y el exponente más notable de su Ciclo Onírico.

El Ciclo Onírico (Dream Cycle), junto con Los Mitos de Cthulhu, conforman los dos vértices de la literatura de H.P. Lovecraft. En el caso puntual que nos ocupa, La declaración de Randolph Carterpertenece a este grupo por haber sido inspirado en un sueño del propio H.P. Lovecraft, como él mismo lo consigna en una carta a Clark Ashton Smith.

Randolph Carter es, oníricamente, el propio H.P.Lovecraft. En el relato, aparece como el testimonio demencial y aterrador de un iniciado en el ocultismo, quien asiste a su amigo y superior en una incursión en un cementerio anacrónico.

El relato es un ejemplo claro de las virtudes y falencias de H.P. Lovecraft; tanto su maravillosa capacidad para la ambientación como su penosa faceta de dialoguista quedan evidenciadas. Sin embargo, el conjunto total de La declaración de Randolph Carter conforman un gran relato de terror. Para los seguidores de H.P. Lovecraft existen algunos ingredientes muy interesantes, como la mención esquiva y brumosa del texto árabe, presumiblemente el Necronomicón; y el detalle curioso de que en el sueño real de H.P. LovecraftRandolph Carter tenía su propio rostro.






La declaración de Randolph Carter.
The statement of Randolph Carter; H.P. Lovecraft (1890-1937)




Les repito, señores, que su encuesta es inútil. Enciérrenme para siempre, si quieren; ejecútenme, si necesitan una víctima para propiciar la ilusión que llaman justicia; pero no puedo decir más de lo que ya he dicho. Todo lo que puedo recordar lo he contado con absoluta sinceridad. No he ocultado ni desfigurado nada, y si algo continúa siendo vago, se debe únicamente a la oscura nube que ha invadido mi cerebro... A esa nube, y a la confusa naturaleza de los horrores que cayeron sobre mí.

Vuelvo a decir que ignoro lo que ha sido de Harley Warren, aunque creo (casi esper) que ha encontrado la paz y el olvido, si es que existen en alguna parte. Es cierto que durante cinco años he sido su amigo, y que compartí parcialmente sus terribles investigaciones en lo desconocido. No niego, aunque mi memoria no es todo lo precisa que sería deseable, que ese testigo suyo puede habernos visto juntos como él dice en el camino de Gainsville, andando hacia Big Cypress Swamp, a las once y media de aquella horrible noche. Y no tengo inconveniente en añadir que llevábamos linternas eléctricas, azadas y un rollo de alambre con diversos instrumentos; ya que esos objetos representaron un papel que ha quedado grabada de un modo indeleble en mi trastornada memoria. Pero de lo que siguió, y del motivo de que me encontraran solo y aturdido a orillas del pantano a la mañana siguiente, insisto en que sólo sé lo que les he contado una y otra vez. Dicen ustedes que no hay nada en el pantano o cerca de él que pudiera constituir el marco de aquel espantoso episodio. Repito que no sé nada, aparte de lo que vi. Pudo ser una alucinación o una pesadilla (y espero que lo fueran), pero eso es todo lo que recuerdo de lo ocurrido en aquellas terribles horas, después de que nos alejamos de la vista de los hombres. Y el motivo de que Harley Warren no haya regresado sólo pueden explicarlo él, o su espectro... o algo desconocido que no puedo describir.

Como he dicho antes, las fantásticas investigaciones de Harley Warren no me eran desconocidas, y hasta cierto punto las compartía. De su gran colección de libros raros y extraños sobre temas prohibidos he leído todos los que están escritos en los idiomas que domino; muy pocos, comparados con los escritos que no entiendo. La mayoría son obras en lengua arábiga; y el libroinspirado por el espíritu del mal (el libro que Warren se llevó en su bolsillo al otro mundo) estaba escrito en unos caracteres que nunca había visto. Warren no quiso decirme nunca lo que contenía aquel libro. En cuanto a la naturaleza de nuestras investigaciones... ¿tengo que repetir que no gozo ya de una plena comprensión? Y encuentro misericordioso que sea así, ya que eran unas investigaciones terribles, que yo compartía más por renuente fascinación que por verdadera inclinación. Warren siempre me había dominado, y a veces le temía. Recuerdo cómo me estremecí ante la expresión de su rostro la noche anterior al espantoso acontecimiento, mientras hablaba de su teoría, de que ciertos cadáveres no se corrompen nunca sino que permanecen enteros en sus tumbas durante un millar de años.

Pero ahora no le temo, ya que sospecho que ha conocido horrores más allá de mis posibilidades de comprensión. Ahora temo por él. Repito que no tenia la menor idea de nuestro objetivo de aquella noche. Desde luego, tenía mucho que ver con el libro que Warren llevaba (aquel libro antiguo en caracteres indescifrables que le había llegado de la India un mes antes), pero juro que ignoraba lo que esperábamos descubrir. Su testigo dice que nos vio a las once y media en el camino de Gainsville, en dirección al pantano de Big Cyprcss. Probablemente es cierto. En mi cerebro sólo quedó grabada una escena, y debió producirse mucho después de medianoche, ya que una pálida luna en cuarto menguante estaba muy alta en el cielo, velada por gasas semitransparentes.

El lugar era un antiguo cementerio; tan antiguo, que temblé ante las múltiples evidencias de años inmemoriales. Se encontraba en una profunda hondonada, cubierta de musgo y maleza, y llena de un vago hedor que mi fantasía asoció absurdamente con piedras en descomposición. Por todas partes se veían señales de descuido y decrepitud, y parecía acosarme la idea de que Warren y yo éramos los primeros seres vivientes que invadíamos un silencio letal de siglos. Por encima, la luna menguante atisbaba a través de los fétidos vapores que parecían brotar de ignotas catacumbas, y a sus débiles y oscilantes rayos pude distinguir una repulsiva formación de antiquísimos mausoleos, panteones y tumbas; todos en estado ruinoso, cubiertos de musgo y con manchas de humedad, y parcialmente ocultos por una lujuriosa vegetación.

Mi primera impresión de mi propia presencia en aquella terrible necrópolis se refiere al acto de detenerme con Warren ante una determinada tumba y de desprendernos de la carga que al parecer habíamos llevado. Observé entonces que yo había traído una linterna eléctrica y dos azadas, en tanto que mi compañero habia cargado con una linterna similar y una instalación telefónica portátil. No pronunciamos una sola palabra, ya que ambos parecíamos conocer el lugar y la tarea que nos estaba encomendada; y sin demora empuñamos las azadas y empezamos a limpiar de hierba y de maleza la arcaica sepultura. Después de dejar al descubierto toda la superficie, que consistía en tres inmensas losas de granito, retrocedimos unos pasos para contemplar el fúnebre escenario; y Warren pareció efectuar unos cálculos mentales. Luego se acercó de nuevo al sepulcro y, utilizando su azada como una palanca, trató de levantar la losa más próxima a unas piedras ruinosas que en su día pudieron haber sido un monumento funerario. No lo consiguió, y me hizo una seña para que acudiera en su ayuda. Finalmente, nuestros esfuerzos combinados aflojaron la losa, la cual levantamos y apartamos a un lado.

Quedó al descubierto una negra abertura, por la que brotó un efluvio de gases miasmáticos tan nauseabundos que Warren y yo retrocedimos precipitadamente. Sin embargo, al cabo de unos instantes nos acercamos de nuevo a la fosa y encontramos las emanaciones menos insoportables. Nuestras linternas iluminaron un tramo de peldaños de piedra empapados en algún detestable licor de la entraña de la tierra, y bordeados de húmedas paredes con costras de salitre. Entonces, por primera vez que yo recuerde durante aquella noche, Warren me habló con su melíflua voz de tenor; una voz singularmente inalterada por nuestro pavoroso entorno.

-Lamento tener que pedirte que te quedes en la superficie, -dijo- pero sería un crimen permitir que alguien con unos nervios tan frágiles como los tuyos bajara ahí. No puedes imaginar, ni siquiera por lo que has leído y por lo que yo te he contado, las cosas que tendré que ver y hacer. Es una tarea infernal, Carter, y dudo que cualquier hombre que no tenga una sensibilidad revestida de acero pudiera llevarla a cabo y regresar vivo y cuerdo. No quiero ofenderte y el cielo sabe lo mucho que me alegraría llevarte conmigo; pero la responsabilidad es mía, y no puedo arrastrar a un manojo de nervios como tú a la muerte o la locura. Te repito que no puedes imaginar siquiera de qué se trata... Pero te prometo mantenerte informado por teléfono de cada uno de mis movimientos. Como puedes ver, he traído alambre suficiente para llegar al centro de la tierra y regresar.

Todavía puedo oír aquellas palabras pronunciadas fríamente; y puedo recordar también mis protestas. Parecía desesperadamente ansioso por acompañar a mi amigo a aquellas profundidades sepulcrales, pero él se mostró inflexible. En un momento determinado amenazó con abandonar la expedición si no me daba por vencido; una amenaza eficaz, dado que sólo él tenía la clave del asunto. Tras haber obtenido mi asentimiento, dado de muy mala gana, Warren cogió el rollo de alambre y justó los instrumentos. Finalmente, me entregó uno de los auriculares, estrechó mi mano, se cargó al hombro el rollo de alambre y desapareció en el interior de aquel indescriptible osario.

Fui a sentarme sobre una vieja y descolorida lápida, cerca de la abertura que se había tragado a mi amigo. Durante un par de minutos pude ver el resplandor de su linterna y oir el crujido del alambre mientras lo desenrollaba detrás de él; pero el resplandor desapareció bruscamente, como tapado por una revuelta de la escalera, y el sonido se apagó con la misma rapidez. Yo estaba solo, pero unido a las desconocidas profundidades por aquel mágico alambre cuyo verde revestimiento aislante brillaba bajo los pálidos rayos de la luna menguante.

Consultaba continuamente mi reloj a la luz de mi linterna, y estaba pendiente del auricular con febril ansiedad; pero durante más de un cuarto de hora no oí nada. Luego percibí un leve chasquido, y llamé a mi amigo con voz tensa. A pesar de mis aprensiones, no estaba preparado para las palabras que me llegaron desde aquella pavorosa bóveda, con un acento de alarma que resultaba mucho más estremecedor por cuanto que procedía del imperturbable Harley Warren. El, que se había separado de mí con tanta tranquilidad momentos antes, llamaba ahora desde abajo con un tembloroso susurro más impresionante que el más desaforado de los gritos:

-¡Dios! ¡Si pudieras ver lo que estoy viendo!

No pude contestar. Me había quedado sin voz, y sólo pude esperar. Warren habló de nuevo:

-¡Carter, es terrible... monstruoso... increíble!

Esta vez la voz no me falló, y vertí en el micrófono un chorro de excitadas preguntas. Aterrado, repetía sin cesar:

-Warren, ¿qué es? ¿Qué es?

De nuevo me llegó la voz de mi amigo, ronca de temor, ahora visiblemente teñida de desesperación:

-¡No puedo decírtelo, Carter! ¡Es demasiado monstruoso! No me atrevo a decírtelo... ningún hombre podría saberlo y continuar viviendo... ¡Dios mío! ¡Nunca había soñado en nada semejante!

Silencio de nuevo, interrumpido solamente por mis ocasionales y ahora estremecidas preguntas. Luego, la voz de Warren con un trémulo de desesperada consternación:

-¡Carter! ¡Por el amor de Dios, vuelve a colocar la losa y márchate si puedes! ¡Aprisa! ¡Déjalo todo y márchate... es tu única oportunidad! ¡Haz lo que te digo y no me pidas explicaciones!

Le oí, pero sólo fui capaz de repetir mis frenéticas preguntas. A mi alrededor había tumbas, oscuridad y sombras; debajo de mí, alguna amenaza más allá del alcance de la imaginación humana. Pero mi amigo estaba expuesto a un peligro mucho mayor que el mío, y a través de mi propio terror experimenté un vago resentimiento al pensar que me creía capaz de abandonarle en semejantes circunstancias. Se oyeron más chasquidos, y tras una breve pausa un lamentable grito de Warren:

-¡Por el amor de Dios, coloca de nuevo la losa, Carter!

La jerga infantil de mi compañero, reveladora de que se encontraba bajo la influencia de una profunda emoción, actuó sobre mí como un poderoso revulsivo.


-¡Warren, resiste! ¡Voy a bajar!

Pero, ante aquel ofrecimiento, el tono de mi amigo se convirtió en un alarido de absoluta desesperación:

-¡No! ¡No pueden comprenderlo! Es demasiado tarde... y la culpa ha sido mía. Coloca de nuevo la losa y corre... es lo único que puedes hacer ahora por mí.

El tono cambió de nuevo, esta vez adquiriendo una mayor suavidad, como de resignación sin esperanza. Sin embargo, seguía siendo tenso debido a la ansiedad que Warren experimentaba por mi suerte.

-¡Date prisa! ¡Corre, antes de que sea demasiado tarde!

No traté de contradecirle; intenté sobreponerme a la extraña parálisis que se había apoderado de mí y cumplir mi promesa de acudir en su ayuda. Pero su siguiente susurro me sorprendió todavía inerte en las cadenas de un indescriptible horror.

-¡Carter, apresúrate! Todo es inútil... tienes que huir... es mejor uno que dos... la losa... Una pausa, más chasquidos, luego la débil voz de Warren:

-Todo va a terminar... no lo hagas más difícil... cubre esos malditos peldaños y ponte a salvo... no pierdas más tiempo... hasta nunca, Carter... no volveremos a vernos.

El susurro de Warren se hinchó hasta convertirse en un grito; un grito que paulatinamente se hinchó a su vez y se hizo un alarido que contenía todo el horror de los siglos...

-¡Malditos sean los seres infernales! ¡Hay legiones de ellos! ¡Dios mío! ¡Huye! ¡Huye! ¡HUYE!

Después, silencio. Ignoro durante cuantos interminables eones permanecí sentado, estupefacto; susurrando, murmurando, llamando, gritándole a aquel teléfono. Una y otra vez a través de aquellos eones susurré, murmuré, llamé y grité:

-¡Warren! ¡Warren! ¡Contesta! ¿Estás ahi?

Y entonces llegó hasta mí el horror culminante: el horror indecible, impensable, increíble. Ya he dicho que parecieron transcurrir eones después de que Warren lanzó su última desesperada advertencia, y que sólo mis propios gritos rompieron el pavoroso silencio. Pero al cabo de unos instantes se oyó un chasquido en el receptor y tensé el oido para escuchar. Grité de nuevo: Warren, ¿estás ahí?, y en respuesta oí lo que envió la oscura nube sobre mi cerebro. No intentaré describir aquella voz, caballeros, puesto que las primeras palabras me arrancaron la consciencia y crearon un vacío mental que se extiende hasta el momento en que desperté en el hospital. ¿Qué podría decir? ¿Que la voz era hueca, profunda, gelatinosa, remota, sobrenatural, inhumana, incorpórea? Aquello fue el final de mi experiencia, y es el final de mi historia. Lo oí, y no se nada más... La oí mientras permanecía petrificado en aquel cementerio desconocido en la hondonada, entre las lápidas carcomidas y las tumbas en ruinas, la exuberante vegetación y los vapores miasmáticos... La oí surgiendo de las abismáticas profundidades de aquel maldito sepulcro abierto, mientras contemplaba unas sombras amorfas y necrófagas danzando bajo una pálida luna menguante.
Y esto fue lo que dijo:

¡Imbécil! ¡Warren está MUERTO!

Howard Phillip Lovecraft (1890-1937)



           




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