sábado, 10 de diciembre de 2016

LOS PERROS DE TÍNDALOS-CAPITULO 1


Los perros de Tindalos: Frank Belknap Long


                                                        
                                                         











Los perros de Tíndalos (Hounds of Tindalos en inglés) son unas criaturas ficticias creadas por el escritor estadounidenseFrank Belknap Long para el universo de ficción de los mitos de Cthulhu, iniciado por su colega y compatriota H. P. Lovecraft. Aparecen por primera vez en el relato de Long titulado Los perros de Tíndalos (1931). Lovecraft menciona estas criaturas en su relato El que susurra en la oscuridad (1931).








LOS PERROS DE TÍNDALOS FRANK BELKNAP LONG



PARTE I


—Me alegra que hayas venido —dijo Chalmers.
Estaba sentado junto a la ventana, muy pálido. Junto a uno de sus brazos ardían dos velas casi derretidas que proyectaban una enfermiza luz ambarina sobre su nariz larga y su breve mentón. En el apartamento de Chalmers no había absolutamente nada moderno. Su propietario tenía el alma medieval y prefería los manuscritos iluminados a los automóviles, y las gárgolas de piedra a los aparatos de radio y a las máquinas de calcular.
Retiró, en mi obsequio, los libros y papeles que se amontonaban en un diván y, al atravesar la estancia para sentarme me sorprendió ver en su mesa las fórmulas matemáticas de un célebre físico contemporáneo junto con unas extrañas figuras geométricas que Chalmers había trazado en unos finos papeles amarillos.
—Me sorprende esta coexistencia de Einstein con John Dee —dije al apartar la mirada de las ecuaciones matemáticas y descubrir los extraños volúmenes que constituían la pequeña biblioteca de mi amigo. En las estanterías de ébano convivían Plotino y Emmanuel Mascópoulos, Santo Tomás de Aquino y Frenicle de Bessy. Las butacas, la mesa, el escritorio estaban cubiertos de libros y folletos sobre brujería medieval y magia negra, así como de textos sobre todas las cosas hermosas y audaces que rechaza nuestro mundo moderno.
Chalmers me ofreció, sonriendo, un cigarrillo ruso y dijo:
—Estamos llegando ahora a la conclusión que los antiguos alquimistas y brujos tenían razón en un setenta y cinco por ciento, y los biólogos y los materialistas modernos están equivocados en un noventa por ciento.
—Usted siempre se ha tomado un poco a broma la ciencia de hoy —repuse, con un leve gesto de impaciencia.
—No —contestó—. Sólo me he burlado de su dogmatismo. Siempre he sido un rebelde, un campeón de la originalidad y de las causas perdidas. No te extrañe, pues, que haya decidido repudiar las conclusiones de los biólogos contemporáneos.
—¿Y qué me dice usted de Einstein? —pregunté.
—¡Un sacerdote de las matemáticas trascendentes! —murmuró con respeto—. Un profundo místico, un explorador de reinos inmensos cuya misma existencia sólo ahora se empieza a sospechar.
—Entonces no desprecia usted la ciencia por completo.
—¡Claro que no! Lo que no me inspira confianza es el positivismo de estos últimos cincuenta años, ni tampoco las ideas de Haeckel ni de Darwin ni de Bertrand Russell. Creo que la biología ha fracasado lamentablemente cuando ha intentado explicar el origen y el destino del hombre.
—Deles usted un margen de tiempo.
Los ojos de Chalmers despidieron chispas:
—Amigo mío —murmuró—, acabas de hacer un juego de palabras verdaderamente sublime. ¡Deles usted un margen de tiempo! Yo se lo daría encantado, pero precisamente cuando les hablas de tiempo, los modernos biólogos se echan a reír. Poseen la llave, pero se niegan a utilizarla. ¿Qué sabemos del tiempo? Einstein lo considera relativo y cree que se puede interpretar en función del espacio, de un espacio curvo. Pero no hay que quedarse ahí detenido. Cuando las matemáticas dejan de prestarnos su apoyo, ¿acaso no se puede seguir adelante a base de... intuición?
—Ese es un terreno muy resbaladizo. El verdadero investigador evita siempre caer en esa trampa. Por eso avanza tan despacio la ciencia moderna. Sólo admite lo que es susceptible de demostración. Pero usted...
—Yo, ¿sabes lo que haría? Tomar hachís, opio, todas las drogas. Yo imitaría a los sabios orientales y acaso así consiguiera...
—¿Consiguiera qué?
—Conocer la cuarta dimensión.
—¡Eso es pura teosofía, una estupidez!
—Puede que sí, pero estoy persuadido que las drogas consiguen aumentar el alcance de la conciencia humana. William James está de acuerdo sobre este particular. Además, he descubierto una nueva.
—¿Una nueva droga?
—Fue utilizada hace siglos por los alquimistas chinos, pero apenas se conoce en Occidente. Posee ciertas propiedades ocultas verdaderamente asombrosas. Gracias a esta droga y a mis conocimientos matemáticos, creo que puedo remontar el curso del tiempo.
—No comprendo qué quiere usted decir.
—El tiempo no es más que nuestra percepción imperfecta de una nueva dimensión espacial. El tiempo y el movimiento son otras tantas ilusiones. Todo lo que ha existido desde el origen del universo existe ahora también. Lo que sucedió hace milenios sigue sucediendo en otra dimensión del espacio. Lo que sucederá dentro de milenios sucede ya. Si no lo podemos percibir es porque tampoco podemos penetrar en la dimensión espacial donde sucede. Los seres humanos, tal como los conocemos, no son sino partes infinitesimales de un todo inmenso. Cada uno de nosotros está unido a toda la vida que le ha precedido en nuestro planeta. Todos nuestros antepasados forman parte de nosotros. De ellos sólo nos separa el tiempo, y el tiempo es una ilusión.
—Creo que empiezo a comprender —murmuré.
—Basta con que tengas una vaga idea del asunto para poderme ayudar. Lo que pretendo es arrancar de mis ojos el velo de la ilusión que los cubre y ver el principio y el fin.
—¿Y usted cree que esta nueva droga le serviría de algo?
—Estoy convencido de ello. Y pretendo que me ayudes. Quiero tomarla inmediatamente. No puedo esperar. Tengo que ver —sus ojos lanzaron extraños destellos—. Voy a viajar en el tiempo. Voy a retroceder en el tiempo.
Chalmers se levantó y tomó de encima de la chimenea un cofre cuadrado.
—Aquí tengo cinco gránulos de la droga Liao. Fue utilizada por el filósofo chino Lao-Tse y, bajo su influencia logró contemplar el Tao. Tao es la fuerza más misteriosa del mundo. Rodea y penetra todas las cosas y contiene en sí la totalidad del universo visible y todo lo que denominamos realidad. El que logre contemplar el misterio del Tao sabrá todo lo que fue y todo lo que será.
—Fantasías —comenté.
—Tao es como un enorme animal reclinado e inmóvil que contiene en sí todos los mundos, el pasado, el presente, el porvenir. A través de una hendidura que llamamos tiempo percibimos sectores de ese monstruo terrible. Mediante esta droga voy a ensanchar la hendidura. Contemplaré así el rostro mismo de la vida; veré la bestia entera, inmensa y agazapada.
—¿Y cuál será mi misión?
—Escuchar, amigo mío. Escuchar y anotar lo que escuche. Y si me alejo demasiado hacia el pasado, me tendrás que sacudir violentamente para traerme de nuevo a la realidad. Si vieras que estoy sufriendo dolores físicos intensos, me debes hacer regresar al instante.
—Chalmers —dije—, este experimento no me gusta nada. Va a correr usted un peligro terrible. No creo en la cuarta dimensión y mucho menos en el Tao. Tampoco apruebo el uso de drogas desconocidas.
—Para mí no es desconocida —repuso—. Conozco sus efectos sobre el animal humano y también sus peligros. La droga en sí no es peligrosa. Yo lo único que temo es extraviarme en el abismo del tiempo, porque has de saber que mi intención es colaborar activamente con la droga. Antes de tomarla me concentraré en los símbolos geométricos y algebraicos que he trazado en este papel — me enseñó el diagrama que tenía sobre las rodillas— y así prepararé mi espíritu para el viaje transtemporal. Primero me aproximaré todo lo posible a la cuarta dimensión mediante el solo esfuerzo de mi propio ego, y luego tomaré la droga que me dará el poder oculto de percepción. Antes de penetrar en el mundo onírico del misticismo oriental dispondré de toda la ayuda matemática que pueda ofrecerme la ciencia. La droga abrirá las puertas de la percepción y las matemáticas me permitirán comprender intelectualmente lo que así perciba. Así mis conocimientos matemáticos y mi aproximación consciente a la cuarta dimensión complementarán la pura acción de la droga. En mis sueños ya he conseguido captar muchas veces la cuarta dimensión en forma intuitiva y emocional, pero en estado de vigilia no he sido después nunca capaz de recordar el resplandor oculto que me era revelado momentáneamente en sueños. Creo, sin embargo, que con tu ayuda podré hacerlo esta vez. Tu anotarás todo lo que diga durante mi trance, por muy extraño e incoherente que te parezca. A mi regreso espero poder proporcionarte la clave de todo lo que no hayas entendido. No estoy seguro de
mi éxito, pero, si lo tengo —sus ojos volvieron a despedir un extraño fulgor—, ¡el tiempo ya no existirá para mí!...